Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos

Ética y política en Max Weber: ¿convicciones? versus ¿responsabilidad?

Ernesto Águila Z.

AVANCES Nº 35
Septiembre 1999

Constituye un recurso habitual cuando se tensa la ética y la política recordar la distinción weberiana entre una “ética de las convicciones” y una “ética de la responsabilidad”. La apropiación teórica de ese planteamiento de Weber suele ser interesada: recriminar planteamientos políticos que ponen en su centro una motivación fuertemente ética, y legitimar posiciones más pragmáticas que implican algún tipo de acuerdo o transacción que suele incluir la postergación o subordinación de ciertos principios. A la hora de tener que razonar y decidir cursos de acción se nos intenta presentar el dilema como una opción entre “responsabilidad” y “principismo”.

Me parece necesario superar esta lectura tan superficial y maniquea del pensamiento de Weber, y tratar de entender con mayor profundidad su elaboración teórica sobre el tema.

Para ello revisitaremos el texto La política como profesión – que es un trabajo esencial de Weber sobre las “dos éticas”, y el único que suele citarse en este tipo de controversias -, (1) poniendo un énfasis especial en el contexto histórico y político en que este planteamiento es formulado (cuestión que en este caso me parece relevante pues se trata de una conferencia ante un público no especializado – estudiantes – y en un momento crucial de la historia alemana); para luego intentar demostrar que el texto de Weber permite una lectura donde “convicciones” y “responsabilidad” pueden ser consideradas dos de un mismo razonamiento ético-político. Esta lectura se aparta del enfoque tradicional que ve en Weber un convencido teórico de irremediable divorcio entre ética y política.

Junto con realizar esta contextualización histórica, e intentar precisar el tema de la articulación entre “principios” y “responsabilidad” en el pensamiento de Weber; se plantean algunas reflexiones en torno a la conceptualización de una “ética de la responsabilidad”: particularmente sobre el retorno normativo que implica preguntarse con qué debemos ser responsables y las relaciones entre una preocupación por las consecuencias de la acción con una política orientada al cambio. Por último , se propone una lectura crítica del “irracionalismo ético de la política” que formula Weber desde la perspectiva del significado y desarrollo del Estado de Derecho.

Contexto político e histórico en que surge el planteamiento de Weber sobre las “dos éticas”

Max Weber (1896-1920) no sólo fue el lúcido intelectual y sociólogo que construyó planteamientos fundamentales sobre la sociología de las religiones, los orígenes del capitalismo, el desarrollo de la modernidad y el lugar de la razón dentro de ella, la teoría de la ciencia, etc.; sino también un hombre público con una activa participación en la vida política alemana.

Militó en el Partido Demócrata (Deutsche Demokratische Partei, DDP), una agrupación liberal con inclinaciones de izquierda, pero ubicada en el centro del espectro político, entre los dos grandes partidos de la época: el Socialdemócrata (SPD) y el Conservador (DNVP). Se postuló como diputado, sin resultar electo, para la elección de la Asamblea Constituyente que habría de dar paso en 1919 a la llamada República de Weimar. No obstante no ser electo colaboró en la redacción de la nueva Constitución e integró, ese mismo año, la delegación alemana que concurrió a discutir a Versalles los términos de paz de la “gran guerra”. En numerosos artículos de prensa dejó plasmado su compromiso con la política contingente enfrentándose tanto a los nostálgicos de la monarquía como a las posiciones socialistas, particularmente aquellas que promovían una salida de tipo revolucionaria a la caída del régimen de Guillermo II, así como también a las posiciones pacifistas que entre algunas facciones socialistas existió frente a la guerra.

La formulación de sus reflexiones sobre las relaciones entre ética y política que aquí nos preocupa, las volcó en una conferencia celebrada el 28 de enero de 1919, ”La política como profesión”. Su auditorio: un numeroso grupo de estudiantes de Munich convocado por la asociación estudiantil Freistudentischer Bund.

El momento de la conferencia no podía estar más cargado de historia: Alemania había salido derrotada de la Primera Guerra Mundial y se debatía dentro de una naciente república entre una salida de tipo revolucionaria y otra de corte democrática parlamentaria. Sólo unas semanas antes de la comparecencia de Weber ante los estudiantes, había tenido lugar el alzamiento espartaquista de Berlín (entre el 5 y el 12 de enero), el cual había sido aplastado por el Ejército y días después asesinados sus máximos líderes: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. A su vez, el 19 de enero del mismo año, se había elegido la Asamblea Constituyente, encargada de dar una nueva constitución republicana a Alemania, con el aplastante triunfo del SPD y buenas votaciones de los partidos de centro (incluido el DDP de Max Weber) ). También ya pesaba fuertemente en el ambiente las discusiones sobre los términos con que Alemania acordaría la paz, la que sería firmada también en ese histórico 1919, el 19 de julio en Versalles.

En ese contexto la conferencia de Weber La política como profesión, no obstante el esfuerzo de éste por hacer “teoría general” (comienza señalando que tratará de evitar pronunciamientos contingentes aunque eso “defraude” al público), no pudo sino estar fuertemente condicionada política e históricamente por los poderosos hechos que estaban sucediendo en Europa y Alemania. Su fuerte contenido retórico también es una prueba de ello. La contextualización histórico-política del texto de Weber no significa minimizar su aporte a una “teoría general” sobre las relaciones entre ética y política, pero permite “desacralizar” el texto, analizarlo desde su contingencia e interpretarlo no sólo desde el Weber sociólogo, sino también desde el Weber político-histórico. Esto, además, hace posible hacerse cargo de mejor manera de ciertas ambigüedades y contradicciones, e intentar una crítica que signifique la posibilidad de pensar el tema de las relaciones entre ética y políticas más allá de Weber.

Sobre guerras, vencedores y vencidos…

La reciente utilización de una “cita” de esta conferencia por parte de Antonio Cortés Terzi, me permite ilustrar este tratamiento de “teoría general” que se suele dar al texto de Weber olvidando las motivaciones y condicionamientos políticos e históricos. Cortés Terzi luego de criticar la actitud del Partido Socialista chileno frente a la detención en el extranjero de Pinochet (incluido viaje de los familiares de Allende, Letelier y Prats a Londres), recurre a Weber para apoyar sus posiciones. Reproduzco a Cortés Terzi y la cita de Weber por él utilizada: “… respecto a la cuestión de Pinochet los socialistas han perdido una oportunidad histórica que consistía en convertirse definitivamente en uno de los agentes protagónicos de la transición y de la edificación del Chile del futuro. A propósito de este asunto, como nunca le estuvo convenida una máxima de Weber: “después de la guerra, en vez de buscar al culpable como viejas ‘comadres’ – en una situación en la cual la guerra se produjo debido a la estructura de la sociedad – todas las personas con una actitud viril y controlada deberían decir al enemigo: ‘Hemos perdido la guerra. Vosotros la habéis ganado. Esto ya está pasado. Discutamos ahora las conclusiones a deducir de acuerdo a los intereses objetivos implicados y lo que es más importante en vistas a la responsabilidad que recae principalmente en el vencedor’. Cualquier otra actitud es indigna y repercutirá en contra propia”. (2)

Esta afirmación de Weber – una “máxima” a juicio de Cortés Terzi -, como ya hemos dicho, se produce luego de la Primera Guerra Mundial, a meses de la firma del Tratado de Paz de Versalles, en un momento en un momento álgido de la discusión interna sobre las responsabilidades que Alemania debía asumir por el inicio del conflicto. Analicemos nuevamente la cita a la luz de este contexto histórico: Alemania era la nación derrotada y había tenido una responsabilidad decisiva en el inicio de la conflagración de 1914. Es decir, estamos ante la particularidad histórica de una nación agresora y vencida. Un país que ha iniciado una guerra (o que por lo menos ha tenido una responsabilidad decisiva en ello), y ha sido posteriormente derrotado carece de autoridad para luego de terminado el conflicto salir a buscar “culpables”. En realidad una actitud así por parte de los alemanes de 1919 habría sido propia de “viejas comadres” y una manera “indigna” de enfrentar su fracaso. Cuando el agresor ha sido el vencido qué cuentas sobre el pasado puede razonablemente exigir. La contingencia histórica hace también inteligible la frase sobre las mayores responsabilidades que recaen sobre el vencedor y la idea de “deducir conclusiones” de acuerdo a “los intereses objetivos implicados” (tratándose de una negociación entre naciones).

¿Qué valor puede tener esta cita para el caso chileno? ¿Cuáles pueden ser los paralelos entre la primera guerra mundial y el Chile del 73, entre la Alemania de 1919 y nuestra de la transición en los 90? ¿Hay alguna diferencia entre una “guerra convencional” y un “golpe de estado”, como para llevar adelante estas generalizaciones?¿Hubo en Chile una guerra convencional como en la “gran guerra”? ¿Los perdedores del 73 fueron a su vez los agresores, por lo que resulta “indigno” ir a pedir explicaciones de culpabilidad a los violadores de los derechos humanos? ¿El objetivo de intentar construir una “conciencia histórica” como nación, de rechazo y condena a las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura es propio de “viejas comadres” que no saben asumir de manera “viril” y “controlada” su derrota?

El uso de analogías y comparaciones históricas sólo tiene sentido, a mi juicio, cuando las situaciones y los hechos que se confrontan presentan ciertas regularidades mínimas. Lo que no parece ser este el caso.

Las cualidades del político y las “dos éticas”

Para enmarcar el pensamiento de Weber sobre el contenido de las relaciones entre ética y política se debe aludir, principalmente, al concepto de político que éste sostiene. Entre otras cualidades generales destaca su especial énfasis en que el político debe estar comprometido con una “causa” – tener una “pasión” -. Un político sin una “fe”, a juicio de Weber, corre el grave riesgo de ser cegado por el pernicioso efecto de la “validad” y sumirse en una lucha del poder por el poder, sin más lógica que su propio destino individual: “el político pude servir finalidades nacionales o humanitarias, sociales, éticas o culturales, seculares o religiosas; puede sentirse arrebatado por una firme fe en el ‘progreso’ o rechazar fríamente esa clase de fe; puede pretender encontrarse al servicio de una idea o rechazar por principios este tipo de pretensiones y querer servir sólo a fines materiales de la vida cotidiana.Lo que importa es que siempre ha de existir alguna fe. Cuando esta falta, incluso los éxitos aparentemente más sólidos llevan sobre sí la maldición de la indignidad”. (3)

La razón del ser político es para Weber “las luchas por el poder”, pero “el pecado contra el Espíritu Santo de su profesión comienza cuando esta ambición de poder se convierte en objeto de una pura embriaguez personal, en vez de ponerse al servicio exclusivo de la ‘causa’… el mero ‘político de poder’, tal como se le intenta glorificar entre nosotros con fervoroso culto, puede actuar con fuerza, pero actúa en realidad en el vacío y sin sentido”. (4)

Las otras dos cualidades del político que Weber destaca, junto a la pasión, son la distancia y la responsabilidad. La distancia permite al político actuar con la frialdad necesaria, sin las “excitaciones estériles” de los aficionados, con desapego por las personas y las cosas, y hace posible justamente la responsabilidad. El buen político convierte a la responsabilidad con su causa y con los demás en su guía para la acción.

La “causa”, la “pasión”, las convicciones, deben estar siempre en diálogo con este criterio de responsabilidad y sólo en el “político auténtico” pueden llegar a converger y a armonizarse: “(Es) infinitamente conmovedora la actitud de un hombre maduro (de pocos o muchos años, que eso no importa), que siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a una ética de la responsabilidad, y que al llegar a un cierto momento dice: ‘no puedo hacer otra cosa, aquí me detengo’. Esto sí es algo auténticamente humano y esto sí cala hondo. Esta situación puede, en efecto, presentarse en cualquier momento a cualquiera de nosotros que no esté muerto interiormente. Desde este punto de vista la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son términos absolutamente opuestos, sino elementos complementarios que han de concurrir para formar al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política”. (5)

Para no dejar dudas sobre lo alejado del pensamiento de Weber de una interpretación pragmatista de la política, o de la necesidad de excluir las convicciones éticas de ésta, una frase del párrafo final de La política como profesión Me parece concluyente al respecto: “La polínica significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo. Es completamente cierto y toda la experiencia histórica así lo confirma, que no se conseguiría lo posible si en el mundo nos e hubiese recurrido a la imposible una y otra vez…” (6)

Sobre la responsabilidad en política y sobre con qué debemos ser responsables

Entre las interrogantes que deja abiertas el planteamiento weberiano sobre una “ética de la responsabilidad” (y dando por hecho el aporte que representa), dos me parecen particularmente relevantes: por un lado, cómo discernir con qué debemos ser responsables (lo que nos conduce nuevamente a un momento de reflexión normativa), y por otro lado, cómo el tema de la “responsabilidad con las consecuencias” en política no resulta incompatible con una idea de cambio ni termina confundiéndose con un conservadurismo de la acción, o en una “aversión al riesgo”.

Weber no entrega demasiadas pistas sobre este punto. Se puede inferir que en el tema de la responsabilidad está involucrado un sentido de eficacia con los propios objetivos: cuidar que la propia “causa” no se vea afectada por una acción que cargada de principios no calcule los riesgos asociados y sus efectos para el avance de las propias convicciones.

Un político tendría el deber de evaluar, por ejemplo, cuáles son las “éticas” o las intenciones de sus contendientes: obviamente la conclusión no podría ser la misma si se está frete a un grupo de fascistas poderosos, dispuestos a usar el menor error político para hacerse del poder total, o si dicha acción se desarrolla en una sociedad donde la democracia y el respecto a los derechos humanos constituyen acuerdos sólidos. O bien, tener en cuenta cuáles son los recursos disponibles en un determinado momento para realizar ciertas políticas económicas y sociales que aseguren derechos esenciales teniendo presente el tiempo histórico en que razonablemente se pueden alcanzar dichas metas, sin producir desequilibrios económicos que finalmente impidan plantearse cualquier objetivo de equidad y justicia (el análisis técnico no podrá ser ajeno a una idea de responsabilidad en política).

A mi juicio, sin embargo, la lectura sobre con qué Debemos ser responsables que ha tendido a predominar, ha sido aquella que ha colocado como valores principales y exclusivos de la política la seguridad, el orden, la paz; la estabilidad del presente (¿nuestra criolla “gobernabilidad”?). En realidad se da la paradoja, en este sentido, que una ética que reivindica la “responsabilidad con las consecuencias” y critica en nombre de ella el “eticismo”, suele tener como trasfondo normativo una fuerte “convicción” en el orden y la estabilidad (convirtiéndose en los hechos en una “ética de principios” disfrazada de “ética de la responsabilidad”).

Por otra parte, ni la lectura que enfatice la eficacia con la causa, o la estabilidad del presente, permite aclarar la temporalidad de la responsabilidad en política: si se trata de un compromiso con lo inmediato u otro de tipo histórico. Probablemente la respuesta es que ambos, pero no siempre resultan fácilmente armonizables: ¿debemos asegurar la paz política presente en Chile para lo cual se requiere renunciar al objetivo de la justicia en materia de DD.HH., o bien debemos ser responsables con las futuras generaciones y asegurar una “conciencia histórica” que implique la imposibilidad de que estos actos se repoyan?, ¿debemos cuidar la actual estabilidad, o bien arriesgar políticamente más de lo que se ha hecho, evitando un “cierre en falso” de nuestra historia de dictadura, como acto de responsabilidad con las generaciones futuras? Es claro que quienes hoy razonan desde la “responsabilidad” tienden a entender ésta sólo desde las necesidades de estabilidad del presente.

El político que busca cambios, y lo desea hacer responsablemente, se enfrenta también a una dificultad adicional: aunque incorpore una reflexión sobre las “consecuencias” de su conducta nunca podrá tener una certeza absoluta sobre los resultados finales de su acción. Podrá reducir los peligros, llegar a una cierta idea de “riesgo calculado” (lo que no es poco) pero nunca podrá trabajar con al claridad de que su acción no pueda producir efectos contraproducentes o laterales. Un político que no quiera hacer de su “ética de a responsabilidad” una mera gobernabilidad del presente, deberá asumir una cuota de riesgo e incertidumbre si quiere ser forjador de nuevas situaciones. En este sentido Weber recuerda un aspecto de la “ética de la responsabilidad” que suele citarse poco y practicarse menos: aquel que asume una responsabilidad pública y emprende alguna acción de “riesgo” y fracasa debe asumir a plenitud su responsabilidad renunciando a su cargo. También, a juicio de Weber, lo debieran hacer aquellos cuyos subordinados directos hayan incurrido en riesgos políticos con consecuencias nocivas para el colectivo que representan o para la sociedad en general.

Asumir las propias responsabilidades por los riesgos asociados a una acción, constituye el complemento necesario para esta “autorización” que se hace al político para caminar por ese estrecho desfiladero que media entre la responsabilidad con las consecuencias y la necesidad que asuma los riesgos que una acción orientada al cambio siempre conlleva.

En síntesis, reconociendo lo clarificador que resulta para la política la elaboración y distinción entre una “ética de las convicciones” y una “ética de la responsabilidad”; resulta una ilusión pensar que ésta permite soslayar el momento normativo. Esta necesidad de discernimiento ético pareciera que siempre retorna (¿habrá que postular un “eterno retorno” de lo ético?) en los distintos momentos que implica una acción política. La predominancia de una lectura más bien conservadora de la tesis de Weber, demuestra que existe la tendencia a transitar a través de la “ética de a responsabilidad” en dirección a una política “aversiva al riesgo”, que absolutiza –consciente o inconscientemente – la estabilidad o gobernabilidad del presente y reduce la voluntad de cambios a “principismos” o “voluntarismos”; a acciones que estarían pero se fuera de la realidad en un confortable mundo metafísico de los “debería ser” ( a mí esto último no me parece una refutación suficiente pues resulta razonable que el cambio antes de poder constituirse en “la realidad” deba pasar un tiempo a la “intemperie”, y articularse como discurso de un “deber ser”, sin lo cual no tendría diferencia de la realidad, entendida esta como lo ya dado, lo fáctico). Una justa crítica al utopismo no puede llevarse de paso la idea de cambio – de un “deber ser de las cosas” – que sea posible y razonable.

Las relaciones entre ética y política en un horizonte postweberiano

Sería absurdo pensar que la política tiene una naturaleza inmutable y que no evoluciona históricamente, y con ella también, por tanto, sus relaciones con la ética. No podemos pensar de igual manera estos temas si el objetivo de la política es echar a los “bárbaros” y unificar una Italia diseminada en múltiples principados, a comienzos del siglo XVI, como se plantea desde su horizonte histórico Maquiavelo; o como Weber, cuya experiencia está marcada por la política europea del siglo XIX bajo el Absolutismo, la compleja recepción de la Revolución Francesa y sus postulados y el avance conflictivo – particularmente en el caso alemán – del liberalismo y la democracia.

En nuestro caso me parece que debemos asumir como marco histórico, e desarrollo y consolidación del Estado de Derecho y observar las implicancias que ello tiene para nuestro tema de las relaciones entre ética y política. Cómo incide la evolución de las formas de legitimación del poder bajo la realidad jurídica del Estado de Derecho, y cómo ello afecta a la política y los modos de proceder de los políticos.

Weber identificaba la política con e Estado y el Estado con la violencia: quien tiene como “herramienta de trabajo” la violencia realiza, a juicio de Weber, un pacto con los “poderes diabólicos”: “Quien se guía por una ética de las convicciones no soporta la irracionalidad ética del mundo”. (8)

No quisiera rebatir de manera absoluta esta “irracionalidad ética” de la política que Weber postula, pues la realidad de este siglo y de nuestro propio país, aconseja cierta cautela; pero sí creo que debe ser problematizada la manera como Weber generaliza y difuma esta “irracionalidad ética” en la política y en “el mundo”, pues no es ni ha sido siempre la misma ni tampoco todos realizan un igual “aporte” a sus existencia (ciertamente no es igual la “contribución” a la “irracionalidad ética del mundo” que realiza un skinhead neonazi que un ciudadano liberal tolerante y pacífico, por ejemplo).

Hoy podemos observar sociedades (algunas, no muchas, donde se ha consolidado un Estado de Derecho Democrático: imperio de la ley (y la ley como expresión de la voluntad general), división e independencia de poderes; control jurídico y popular de los actos de gobierno; garantía jurídico-formal y en algunos casos material, de derechos y libertades fundamentales. (9) En los cimientos de estas sociedades democráticas existen acuerdos históricamente sólidos – aunque no por ello irreversibles – en materia de democracia, respecto a los derechos humanos y algunos casos en materias sociales como la salud, educación, vejez, desempleo, etc. (Estado Social de Derecho como profundización del Estado de Derecho). En este tipo de sociedades no cabe duda que no ha desaparecido la violencia ni el Estado ha dejado de ser el administrador monopólico de ésta, pero se ha creado una realidad jurídica y normativa que permite encauzar con bastante racionalidad y pacíficamente la conflictividad social y política.

No cabe duda que, emprender una acción fuertemente motivada por principios, incluso “principista, en una sociedad donde no está en juego la estabilidad del sistema y donde existe una amplia libertad y cultura de expresión y deliberación, no es lo mismo que en una sociedad donde la estabilidad es frágil, y se vive aún más cerca de un “estado de naturaleza” que de un “Estado de Derecho”. La “responsabilidad de las consecuencias” no es en cada situación igual, ni tiene el mismo dramatismo: en el primer caso, si la acción genera algún tipo de interés público probablemente merecerá un procesamiento argumentativo sobre la validez de las razones expuestas, mientras en el otro, puede llegar a constituir un peligro para la estabilidad de la convivencia democrática.

Bajo la forma de Estado de Derecho democrático los objetivos de la política están en importante medida normados y sujetos a un control que en os escenarios en que le tocó pensar la política a Weber (y ciertamente a Maquiavelo) no existían. Lo cual equivale a decir que las sociedades también evolucionan éticamente (lo que para no caer en una filosofía de la historia del progreso siempre ascendente habría que decir, que también involucionan). Bajo las condiciones históricas de un Estado de Derecho democrático, consolidado cultural e institucionalmente, se abren las posibilidades de renovar nuestras reflexiones sobre ética y política, abriendo un horizonte postweberiano al tema de la articulación entre “convicciones” y “responsabilidad”.

A modo sólo de enunciado, y para concluir, se puede señalar que a mayor fortaleza del Estado de Derecho y de una cultura deliberativa, mayores son las posibilidades que se le abren a una “ética de principios” para expresarse, pues no estaría entre las consecuencias posibles el uso de la fuerza por parte del adversario ni el peligro de alguna “irracionalidad ética” de algún individuo o grupo, sino sólo el “riesgo” de recibir como respuesta mejores argumentos que los propios. (10)

Notas

(1) A juicio de José María González, un estudioso de la obra de Weber, junto a la conferencia de 1919 La política como profesión Existirían otros dos textos básicos para conocer el pensamiento weberiano sobre ética y política, y particularmente sobre la “ética de la responsabilidad”. El primero se remonta a 1895 y se denomina El estado nacional y la política económica alemana Y el segundo es una breve reflexión titulada Entre dos leyes de 1916. En: González García, J. M. “Weber: responsabilidad y convicción”. En: Bonete Perales, E. (Coord.) La política desde la ética. I. Historia de un dilema. Barcelona, Proyecto A ediciones, 1998.
(2) Cortés Terzi, A. “Una cultura política en crisis”. Revista AVANCES Nº 32, diciembre 1998, pág. 12.
(3)Weber, M. La política como profesión, Madrid, Espasa Calpe, 1992, pág. 148 (Las cursivas son mías).
(4) Ibid., pp. 146-147.
(5) Ibid., pp 162-163 (Las cursivas son mías)
(6) Ibid., pág. 164. (Las cursivas son mías)
(7) Sobre el tema de la “aversión al riesgo” en a clase política y en la sociedad chilena durante estos años de transición ver Díaz-Tendero, E. “La temporalidad de la transición”. Revista AVANCES Nº 33, marzo 1999, pp. 32-39.
(8) Weber, M. op.cit, pág. 155.
(9) Definición del Estado de Derecho en Díaz, E. Estado de derecho y sociedad democrática. Madrid, Taurus, 1998 (8ª edición), pág. 44
(10) Al respecto ver Apel, K-O. “La ética del discurso como ética de la responsabilidad. Una transformación postmetafísica de la ética de Kant”. En: Apel, K-O Teoría de la verdad y ética del discurso Barcelona, Paidós, 1998.